En
la tarde otoñal, la niebla comienza a acariciar las laderas del valle
entrelazando su húmeda blancura en el laberinto multicolor del bosque.
Del misterio de la foresta, surge la melodía milenaria de las esquilas.
Ese sonido cuya cadencia le dice al pastor, e incluso al perro, no sólo
dónde se encuentran las ovejas sino también si están solas, si están
tranquilas, si pastan o se desplazan con nerviosismo. Ese sonido que es,
para quienes lo hemos vivido, para quienes alguna vez fue el arrullo de
nuestras jornadas, un regalo para los sentidos, asociado en el recuerdo
con la atmósfera límpida, las extensas soledades, los aromas silvestres
y un añorado sentimiento de libertad.
Son
esos fríos atardeceres del otoño y del invierno cuando, transformados
en cómplices del manto de niebla que todo lo oculta y lo confunde,
pueden aparecer los lobos como fantasmas, irrumpiendo en el rebaño y
arruinando el trabajo y la vida de los pastores.
Mas
no pretendo alimentar la negra y nefasta leyenda que tanto daño ha
hecho al lobo. El lobo es un cánido, un predador social, que tiene que
aprovechar las circunstancias más fáciles para poder llevar a cabo
aquello para lo que la naturaleza le ha dotado para sobrevivir: la
predación. Fue gracias al lobo como el hombre descubrió la ganadería.
Fue gracias al lobo como el hombre pudo perfeccionar sus métodos de
caza. Y fue gracias al lobo como el hombre pudo engendrar a su mejor
compañero, el perro.
El
perro fue el primer animal doméstico del hombre. Con él pudo dominar a
las reses y transformarlas en ganado. Pero una vez adueñado del ganado,
el hombre lo quiso para sí solo. La ganadería supuso un punto de
inflexión en la Historia de la Humanidad. Aquél cambio que el lobo y,
después, su descendiente el perro, permitieron al hombre, iba a
llevarnos por derroteros insospechados y conformaron las sociedades
humanas que hoy conocemos. Así que incluso quienes tanto detestan o se
indiferencian ante el perro o el lobo, deberían conocer hasta qué punto
tuvo influencia en su forma de vida este relación con los cánidos. Pero
hay algo más. La Revolución Neolítica no hubiera sido posible sin la
protección del ganado que tan valerosamente ejercieron unos grandes y
poderosos perros. El pastor de mi tierra y el pastor de toda zona de
tradición lobera ha de contar con dos tipos de perros en el rebaño: el
pastor o carea, aquél que guía y dirige el rebaño; y el mastín, el
guardaespaldas protector. Los grandes mastines que han protegido los
bienes más preciados del hombre desde los orígenes de la Historia hace
miles de años. Engendrado pues, el perro, el hombre lo puso en contra de
su ancestro salvaje, el lobo. Pero ¿en contra?. En el próximo capítulo
veréis que quizás no.
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