De muy niño, cuando
me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía: “Félix Rodríguez de la Fuente”. Más adelante, aún siendo niño, además
del sueño de trabajar con fauna salvaje, quería ser adiestrador de perros. Era un aficionado absoluto y total a los
perros gracias a mi abuelo (que sigue vivito y coleando). Leía todo sobre los
animales y los perros, especialmente sobre su conducta. Tenía una biblioteca
llena y uno de mis libros era “Cuando el
hombre encontró al perro”, del gran etólogo Konrad Lorenz. La etología era
mi pasión. Era como el ser naturalista… uno lo era cuando lo era de verdad… sin
necesidad de validaciones externas. Y era Félix R.de la Fuente quien me dirigía
a la etología.
Adiestradores había
muy pocos. Eran gente muy “perrera”, que sabía manejarse con cualquier perro.
Se buscaban la vida y se formaban habitualmente en Alemania y de forma
autodidacta, pero eran muy duchos. Algunos pecarían de rudos, aunque eran otros
tiempos. Yo estaba asociado a un grupo de adiestradores, y era el único niño
pero iba a los campeonatos, aprendía de ellos y, sobre todo, de los perros, de
los que siempre me acompañé. Devoraba los libros que había entonces, libros en
blanco y negro, me empollaba la revista de actualidad -que entonces era muy
técnica- y me imaginaba en sueños dirigiendo una de esas escuelas con sus
obstáculos y sus mandangas. Era un niño raro porque en aquél entonces no había
casi niños con estas aficiones. Lo que hoy viene siendo un friki. A los otros
les gustaban los coches y el fútbol. Con 13 años hacía ya mis pequeñas exhibiciones
de adiestramiento canino con mi perra Siba. Hasta que, al final, cumplí el
sueño de formarme como adiestrador. De eso hace ya más de 25 años y yo no era
aún ni veinteañero.
La formación era
larga, dura y costosa. No entrabas a formarte sin tener previamente conocimientos
básicos sobre perros porque entonces no pintabas nada allí; era una formación
vocacional de apasionados (o frikies como se dice ahora). Un año duraba la
formación para lo que se consideraba ser un novato con cierta base con la que
poder arrancar. Un año en el que me mudé a Madrid para formarme en la única
escuela de formación profesional que existía (lo que hoy tiene su continuación
con la EFPC) y que abrió Nacho Sierra. Un año que dediqué al 100% a esta
formación. Las mañanas para estudiar, ir a la escuela canina “De la Sierra” a
entrenar con mi perro Kazán o trabajar con los de los clientes con el
adiestrador Jesús Moreno Portland y el maestro Nacho Sierra, o incluso en las
perreras, donde tanto se aprende; y, las tardes de todos los días, las dediqué a
ir a las clases teóricas y prácticas. Presenciales, por supuesto.
Tras ser validado por
un tribunal serio y muy exigente de renombrados adiestradores que no te
conocían y que te podían catear sin ningún temblor en su pulso, empezabas tu
nueva vida profesional… siempre continuando con la formación pues eras, sí,
adiestrador, pero NOVATO. Guiado en todo momento por tus mentores (en mi caso
los maestros Nacho Sierra y Amando Diego, que es de mi familia e instructor de
la Fundación ONCE del Perro Guía), arrancabas tu vida profesional con mucha
humildad y adiestrabas perros de particulares que tenían problemas más o menos
complejos, y muchos perros de seguridad personal o profesional que entonces hacíamos.
Después abrías tu centro canino, que era el único de la Comunidad Autónoma
entera, y seguías creciendo lentamente en tu experiencia trabajando con cientos
de perros durante años y formándote con múltiples cursos en diferentes
modalidades y con distintos expertos…
Un día, de pronto,
tras años de experiencia, te veías capacitado para cualquier cosa. Ya habías
trabajado en muchas o casi todas las modalidades, habías visto suficientes
perros y dueños como para atreverte con todo… en fin, que ya te considerabas de
verdad un ADIESTRADOR DE PERROS. La verdad es que echo de menos cuando la
profesión era otra cosa. Era tan respetada la profesión que nos daba vergüenza ponernos
delante de profesionales consagrados; como en el arte y la ciencia.
Todo esto viene a
colación de mi indignación y bochorno de
hoy al ver el anuncio de un curso de formación de EDUCADOR CANINO de una
duración de 5 días. Si fuera de un mes también me habría indignado. Si
fuera de tres meses hubiera pensado que es un engaño creer que uno queda
formado. Si fuera de seis meses habría pensado que esos no podían ser
considerados profesionales… Pero una formación de 5 días me da VERGÜENZA AJENA. Si una persona
quisiera trabajar profesionalmente regando plantas necesitaría más tiempo de
formación que cinco días. Una persona que limpia portales necesita más de cinco
días seguramente también. Cualquier cliente que acude a mí (y supongo que a
cualquier otro) con un problema con su perro tiene inconmensurablemente más
conocimiento y recibe más formación que la que puedan recibir en esa formación
de “educadores caninos”. ¿Con qué
cara voy yo ahora a atender una consulta con un cliente que tiene un problema
con su perro, cuando puede pensar que he podido recibir formación basura y que hace una semana yo no tenía ni pajotera idea
y que él tendrá más experiencia con perros que yo? Ahora entro en las casas de
los propietarios pensando en si pensarán que soy otro mendigo de la formación
rápida que me dedico a esto porque no he tenido otra cosa o no he sabido hacer
otra cosa. ME INDIGNA, ME CABREA, ME ABOCHORNA Y ME ASQUEA.
Empezó el s.XXI y
envilecieron la profesión. Le perdieron el respeto. Ahora cualquiera puede ser “adiestrador”,
aquello que entonces era una profesión extraña pero respetada. Títulos de “Educador
canino”, “Entrenador canino”, “Monitor canino”… surgieron por doquier… Esto
empezó a ser el coño de la Bernarda.
Y ha ido degradándose hasta el extremo… como una patraña especulativa en la que
existe una oferta de formación profesional desenfrenada e irracional, muy
alejada de la realidad de la demanda. Hay alumnos que seguidamente a su
formación –que incluso puede ser ultrarrápida- se montan cursos de formación
profesional. Es decir, no es que
trabajen con perros de particulares sin estar preparados sino que se atreven a
formar a supuestos profesionales. Tal es el grado de falta de respeto por
la profesión. Que yo recuerde, empecé a formar profesionales sólo cuando ya llevaba
18 años como adiestrador profesional y cientos de perros trabajados y me
llamaron y reconocieron para ello (que tampoco fui yo quien tuve la prepotente
ocurrencia, quiero decir).
Así, tenemos
supuestos adiestradores que están
siendo requeridos por propietarios particulares para solventar problemas con
sus perros, que se han pseudo-formado rápida y dudosamente con también supuestos
adiestradores (educadores, entrenadores,
monitores, que ahora se usan muchos nombres) que, a su vez, se acababan de pseudo-formar. Cualquier dueño de
perro particular que haya pasado por mis manos tendrá, sin ninguna duda, más
conocimiento y formación que estos supuestos profesionales (que para mí desde
luego no lo son).
He llegado a leer un
mensaje de este tipo: “¿Por qué no te
haces el curso de educador canino en vez de llevar a tu perra a educar?”.
Total, lo mismo le lleva menos tiempo… ¿Para qué llamar al fontanero para que
te arregle un chaperón si puedes sacarte el título de fontanero? ¿Para qué ir a
arreglarte la muela cuando puedes sacarte el título de dentista? ¿Provocan risa
estas preguntas? Pues en esta profesión ESTÁ PASANDO.
De pronto me dice una
peluquera canina: “Yo tengo el título
(de educadora canina)”. Pero ¿Qué título? ¿Acaso existe “el título”? Un
certificado que le dieron en alguna escuela privada por haber asistido a un
curso que ellos organizaron y que llamaron “de
educador canino”. Pero ¿qué seriedad es esta? ¿No es BOCHORNOSO Y
VERGONZOSO? Se envilece la profesión. Espero que se comprenda; se deshonra, se
humilla, se degrada, se denigra, se corrompe, se pervierte, se desacredita y se
vicia. Está la Administración también pagando a “Escuelas de formación profesional” de adiestradores para que den
formación a parados, que la reciben gratuitamente. Más formación basura
recibida por personas sin ningún interés especial para ello. Más falta de
respeto a una profesión que, según pintan hoy día, puede realizar cualquiera.
En el año 1992/93 ya
Nacho Sierra intentó, seriamente, que fuera reconocida de forma oficial aquella
formación que entonces reconocía y oficializaba el Consejo General de Colegios
Veterinarios de España. Pero finalmente, por intereses que no llego a
comprender bien, quedó en agua de
borrajas. Y claro, ahora es imposible regular esto en condiciones porque
hay quienes defienden métodos concretos (yo no y cualquier adiestrador
profesional de verdad tampoco debería), y estos que defienden ciertos métodos
concretos tienen mano en las Administraciones que podrían coordinar una
regulación que les beneficiase a ellos por encima de los que no defiendan esos
métodos; por lo tanto, ahora habría que definir cómo se imparte la formación,
qué método es el adecuado si es que lo hay, y quién tiene capacidad y formación
pedagógica para ser profesor, algo que a estas alturas es un imposible.
Imposible también porque hay empresas potentes
que podrían acaparar la formación y convertirla aún en algo más impuro y
alejado del perro (incluso formación a distancia, que existe, aunque parezca
mentira).
En estos años también
se puso de moda el etólogo y también
se confundió la definición del mismo. A mí me llaman como etólogo para resolver
problemas de perros y siempre respondo: te
respondo como adiestrador, no como un etólogo. Mi trabajo con la etología
se refiere a investigación de conducta de fauna salvaje en su medio natural y
no tiene absolutamente nada que ver con los perros. Está más relacionado con mi
vocación de naturalista. Desde que la etología
clínica se puso de moda, se liaron los términos. La Etología Clínica es una
especialidad de la Veterinaria para tratar los problemas conductuales caninos y
se cursa en un máster universitario. Claro que algunos hay que no manejaron un
perro nunca, hicieron el máster, de formación teórica, y se convirtieron en
etólogos clínicos, poniéndose a trabajar inmediatamente con problemas de
conducta en perros y con todas las de la Ley.
Aunque quizás sea
peor un adiestrador que no sepa ni escribir bien y que ponga faltas
ortográficas en su publicidad; esto puede parecer una sacadura de quicio por mi
parte pero en la Universidad por cada falta te restan puntos. Porque… ¿Qué
seriedad se le está dando a la profesión? ¿No habría que tener un filtro
riguroso? Estamos ante una verdadera burbuja especulativa de la formación
canina.